Mañana no llegará

Mañana no llegará

Me he dado cuenta de que mientras duermo se despiertan mis ansiedades. En lugar de ver nubladas las cosas que no pudieron ser, me quedo perplejo ante lo que no será; tal como si el alba apareciera con mi presencia ausente en medio de la vida regalada que se me ha destinado. En esa lucha de las obligaciones refrigeradas no es posible concretar el mañana.
La sensación de dolor físico es reemplazada por el recuerdo de que algo fue traumático. No obstante, no tengo presente ni su intensidad ni su integridad. Creo que me podría sumir en su porosidad sin que me lleguen a importar sus límites. Entonces, sé que es mejor calmar el dolor con unas cuantas gotas de algún analgésico; al fin y al cabo mi insomnio nunca es endeble ante el cidrón, el toronjil y la pasionaria, todos en una misma taza de agua que ya he dejado hervir.

Sin el aliciente de la premura los enigmas soñados se transforman en circunstancias palpables e incluso corrugadas aunque sin matiz. Parecen alucinaciones, pero sé que no, es que hacen tropezar, caer, sangrar las palmas de las manos, reburbujarme en gritos desesperadamente sordos, cargados  de protones resplandecientes.  Claro, no sirve de nada (querer) gritar. Simplemente me asfixia la obscuridad intemible, entre otras cosas, porque creo haberte pensado durante la última franja de tiempo que mantuve los ojos abiertos después de tumbarme. Y cuando los cerré, tuve en mi mente, por un momento, lo que quería desayunar después de este sueño nocturno. Entonces en la inconsciencia, se entremezclan los deseos con la realidad.

En ese cortejo de austeridad permeable me impacienta algún tipo de sombra espesa, sin olor pero de raro color oscuramente azulado, que llevándome a donde yo no quiero ir, mientras me abalanza sobre cualquier superficie. Se me ha dicho que, en realidad, permanezco inmóvil. Por milésimas de segundos me ahogo en un potpurrí de neumáticos sin aislantes cuyo único freno es la respiración profunda. Termino todo con un grito inhalado más un apretón de sábanas posterior, como tratando de aferrarme a algo físico y convincente. Jamás he querido buscar el perro de mandíbula ensangrentada, ni mucho menos la mano velluda que tocó el piano inesperadamente, ni a la bruja rodeando mi almohada sobre el suelo.

Temo ir más allá, a donde pudieran  encontrarme  con una cabeza rota impactada sobre el asfalto del abismo o cualquier otra desgracia predestinada. En ése juego de conciencia irreal, sé que la psique pretende algún pasaje emotivo sin lógica en el que mis pecados se conjeturan con otros ejes de mi humanidad.

Así es como el sueño se convierte en cierto tormento coagulado, que no en vano me hace abrir los ojos a cada instante para evitar desesperaciones intrínsecas. Y con la luz del día, caigo sin contradicciones, en el momento que viví ayer.

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