Conseguimos no llegar
al destino deseado más que al fin de la hipocresía resguardada de nuestras
razones individualistas, apuñalando el futuro que ya habíamos amasado sin
prescripciones de contraindicaciones delirantes dilatadas en mis
LAMENTACIONES
No es orgullo, es
resentimiento. Es el recuerdo mismo del dolor, la memoria viva del pasado. Y no
es rencor y no es odio. Pero no hay perdón. Si olvido, entonces habré
perdonado, pero dejé acumular lágrimas que aún hoy se niegan a salir. Y no es
terquedad o ceguera. Pero yo también puedo tener la razón. ¿Por qué debo pelear
hasta que me escuchen? Entonces sí parezco malvado.
Es simplemente
ponernos de acuerdo en nuestro cuento mudo. Pero no vale la pena hablar donde
no me escuchan. Yo no pretendo ser autoridad y menos cuando a mi alrededor
todos se pelean por tener la última palabra. Guardo rabia, cargo
rabia, vivo rabia, la poseo y por instantes ella me doma. Me arrepiento de
arrepentirme. Me arrepiento de volver a sentir rabia. Me arrepiento de pensar
en el pasado.Y bueno, la rabia en mí
no es más que la acumulación de los hechos que pude hablar. Se convirtió en el
recuento de sucesos impulsivos. En el sentimiento que domina en mí, que no me
deja amar, que no me deja seguir, que me mantiene triste. Que borró mi sonrisa
en tu presencia. La rabia es una reacción, es una respuesta. Los impulsos que
la causan son naturalmente externos y, a ellos no los controlo yo (son
innumerables, inexplicables en su mayoría, inquietantes, perturbadores.
Retumban como el tic-toc que no se detiene y que tratamos de ignorar pero
regresa más fuerte la siguiente vez). Me matan, me llenan más de rabia. Me
vuelven torpe, pensativo. Me transportan a la insensibilidad. Me aceleran el
corazón y me nublan la vista. Yo solía ser feliz,
tranquilo y caminaba a mi ritmo. No me pude despedir de ello. A final de
cuentas vuelvo a la misma conclusión: "no vale la pena si sé que será
ilusión. Cuando sé que algo no me conviene o no funciona, simplemente lo
dejo". Jamás había insistido tanto en algo que en últimas instancias nunca
funcionaba. Es triste saber que
predominaron los cielos oscuros y la lluvia mala apagando las llamas benditas
que originan las tierras fértiles. Y en lugar de ver concurrir las nubes
brillantes que tapan el sol, nos hundíamos en el fango húmedo de desesperante
viscosidad. Pies sucios, rodillas desgastadas y músculos adoloridos era lo que
teníamos al terminar los caminos. Cansados de seguir nunca pudimos reinventarnos; así que anduvimos las mismas hectáreas
encharcadas. Vacilamos en salir. La nada riesgosa nos tumbaba siempre. Una y otra vez. ¿Cuántas veces se rodó la
misma escena? Los pulmones se bloquearon en dunas infinitas sin sombra para la
desolación. Situaciones que nunca fueron inéditas, que nunca desconocimos, que
fueron siempre rutina, que llevaban al mismo punto y a la misma velocidad
ininterrumpida. Aunque perturbador todo aquello, barreras épicas conmemoraban
las malas aptitudes. Se volvían más grandes las murallas. Dolor insinuante que
nos cegó. Para qué la necesidad, la contrariedad, la lucha exhausta, la rebeldía,
las plusvalías, el sentimiento, la inequidad, la humillación, determinación al
daño, las palabras condenatorias, la mala sensación, la sobriedad pa’ la copa
amarga, insinuación al deterioro. La ira, la involuntad, inapetencia, la
dejadez, miopía intencional, incorrección del acto; la cama angosta, el regalo
de aniversario, el par de aretes más el atuendo inspirador. ¿Y el beso? Pues no
he olvidado que tampoco hay necesidad de él. Ni de la caricia nocturna, ni de
un acto erótico por fuera del cuarto. ¿No es acaso toda la casa el lecho de
amor y pasión? Pues alguien debe darse cuenta que las cosas más fundamentales
no deben encasillarse.
¿Para qué la maldición y la ironía? El temblor la expresión de miedo, soledad en la compañía, tosquedad y la cobardía, sus utopías siempre más incoherentes, los malos entendidos, los zapatos viejos, el plato lleno y la mesa vacía, la gentileza, humildad no innata: inventada, fingida; el pegamento, insaciable sed, las vitaminas de consuelo, la misma dinámica muerta, el optimismo negado. La mala educación más el despotismo agregado. El altísimo desconsuelo y otra vez la humillación. La humillación cabe ser mencionada una vez más. La ulteración. Qué falta de imaginación. La verdad incrédula. Mucho hablar y poco hacer. Falta de raciocinio.
Qué bajo caímos y el recuerdo no me dejará
perdonar en instantes próximos. Necesito franjas de tiempo ligeras y equilibradas para olvidar
que solía decirle que se calmara, cada que algo “mío” le hacía alterar; sin embargo
ella provocaba malos actos en mí: “¡Pégueme!, ¡deme!”. Qué ironía, Qué ironía.
Prefiero disfrutar de la avena y los postres semidulces,
las gomitas y los chocolates y del vino seco y de la cerveza refinada –de los
gustos esporádicos-. De los abrazos cordiales que invitan a la sinceridad,
disfrutar de los diálogos vivos. De mi sonrisa sin lugar a dudas. Del hechizo
de las calles con semáforos metafóricos en verde, de la brisa fría sin quejumbres
inauspiciadas. De arquitecturas extrañas, de las bancas en los senderos
peatonales. Del cansancio. De mi cansancio. De mis oídos que observan
sigilosamente.
Prefiero disfrutar del sueño que no se crítica y de la piña fresca. De un arroz moreno y del arte en los museos. De la propiedad de nadie o de todos. Disfrutar de lo explícito y lo inferido del chiste mal contado. De las cosas inertes: una piedra, una fruta podrida que no se come, una quebrada cristalina y unas escaleras en la cima.
De mi elocuencia jocosa y la parlería de ironías
perspicaces. De un espejo reflejando mi rostro y del agua potable. De un té
negro, verde, de jengibre, inglés, sin azúcar. De un viaje en bus en medio de
trancones citadinos, de alarmas coloridas. De cosas inusuales, inauditas,
inesperadas, extremistas, convincentes, pertinentes, sacrificadas, intolerables,
maquinables, sorprendentes. De culebras, cabras caballos y muerte soñados. De
la agonía de la intolerancia. De lo impredecible. De un Chocorramo
y un Doritos. De los antojos. De
dormir desnudo, de bañarme solo las cabezas.
De ser yo y de no gustarme el color rojo. De un “nojoda”, de mis ideales, de mi huella dactilar y mi dolor de rodillas. De las tijeras y el marcador. De mis ideales, de mi opinión, de mi estrategia y de mi (in)discreción. De no todo y de muchas cosas.
De criticar mis gustos y ser cordial. Disfrutar, vivir, solo eso.
Comentarios
Publicar un comentario