Aura desvanecida
Ingravido presente. Las ramas abren trémulas. Cándidamente escapan Estas horas sin fuerza. En la playa remota El mar no visto canta; Sobre su verde espuma Huye el aire en volandas. Va sus vírgenes fuerzas Deponiendo la tarde. La esperanza se duerme Entre el verdor unánime. Su aurora se extendió hacia el infinito buscando desesperadamente alcanzarla. Los destellos se hicieron tan finos que repentinamente se tornaron ocre azulado mientras se desvanecían. Tal colapso le dejaron agotado, turbó su consciencia y terminó por desvanecerse en el infinito domable. Anterior a ello, los dioses solían adorarle a él, contrayendo ritos constipados de devoción ufana, de sabiduría emanante, de folclor castro, de lógica suelta. El dios Bolsa le había concedido gracia en una vieja caja que guardaba los rastros de la depresión circundante de su pasado, que respondían dudas comprimidas de abnegación. La caja se aseguraba con 39 Claves distintas que vendrían a su mente de