Aura desvanecida

Ingravido presente.
Las ramas abren trémulas.
Cándidamente escapan
Estas horas sin fuerza.
En la playa remota
El mar no visto canta;
Sobre su verde espuma
Huye el aire en volandas.
Va sus vírgenes fuerzas
Deponiendo la tarde.
La esperanza se duerme
Entre el verdor unánime.

Su aurora se extendió hacia el infinito buscando desesperadamente alcanzarla. Los destellos se hicieron tan finos que repentinamente se tornaron ocre azulado mientras se desvanecían. Tal colapso le dejaron agotado, turbó su consciencia y terminó por desvanecerse en el infinito domable.



Anterior a ello, los dioses solían adorarle a él, contrayendo ritos constipados de devoción ufana, de sabiduría emanante, de folclor castro, de lógica suelta.

El dios Bolsa le había concedido gracia en una vieja caja que guardaba los rastros de la depresión circundante de su pasado, que respondían dudas comprimidas de abnegación. La caja se aseguraba con 39 Claves distintas que vendrían a su mente de forma casual cuando fuera necesario usar su contenido. Por suerte, semejante obsequio llegó habiendo superado lamentos de tinieblas; de lo contrario, sin vacilación, hubiera usado las migajas de suplicio agobiante que aún se reflejaban dentro.
Pero la diosa Monste, que no poseía nada material, le dio los Mil Dones. No hacía falta guardarlos, en su mundo, donde todo era secreto, no había nada a la vista de nadie.
Recibió cosenos, paradigmas, brújulas para casi la mitad de las constelaciones, paraísos de minerales, otros dones, placas, oficios. También servidumbre, que no aceptó para no sentirse invadido. Tampoco recibió elementos que lo atrajeran a necesidades.
En un chantaje, Lubos le otorgó materia. Entonces, tuvo cuerpo que, aunque gélido y colapsable, maniobraba descensos perimétricos y coágulos con plasmas inherentes. Las transformaciones propias de éstos le hicieron palpitar con prontitud provocándole ahogamientos ansiosos de vez en cuando y suscitando emociones intangibles.
Incluidos ahora los sentidos, había cierta percepción de carencias... así que, quiso que hubiera más formas. Sus lógicas ya no podían explicar las especies imposibles. De esa manera, él empezó a amarrar las estrellas y otros meteoritos aún con vida, el toque final asumió adoptar una luna a la que cubrió con espesas mantas de fertilidad sin luz. Después de dos milenios caían piedras desgastadas y unas a otras se conjuraban verticalmente en dirección contraria a la gravedad. En cada unión el nuevo cuerpo se oponía al tiempo y ocupaba fragmentos enormes de espacio. Con la luz que robaba, creaba otras simetrías a su vez.



Y el ángel aparece;
En un portal se oculta.
Un soneto buscaba
Perdido entre sus plumas.

Mientras que sus ojos observaban la nueva vida, intentaba pensar en un nombre que lo enlazara a él. "Proscu": explicaba la divinidad, "Ylu": explicaba la adopción de la luz, "Fjuuxba": explicaba sus deseos, más la llamó "Hkiv" para replicar el suyo. Así que, estaría destinada a ser sabia, adorada, decisiva, primitiva, abundante y amable.

Juntos crearon la cercanía y la prontitud. recorrieron con ayuda de las brújulas otras épocas yuxtapuestas. Vulneraron algunos escondites de dioses, postergaron las sombras y; entre otras cosas, principiaron la empatía.

La palabra esperada
Ilumina los ámbitos;
Un nuevo amor resurge
Al sentido postrado.

Ella lo veía como un ser supremo, aunque supiera que no era un dios; desde cualquier perspectiva,  él había sido su creador y le había estado mostrando todos los elementos con y sin vida. Para él, ella era la presencia de la debilidad si en algún momento tuviera que faltar. O sea que, no era capaz de explicar la esencia de ella; o sea que la consideraba poderosa como él: él más que ningún otro ser sabía que ni siquiera los dioses podían imaginarse su grandeza y, ahora él se daba cuenta de ello en el reflejo Hkiv-Ella.
En su conexión natural, Hkiv sabía lo que le agradaría a Hkiv y viceversa, pero no podían hacer conjeturas acerca de la voluntad de cada quien.

Las inconclusiones adverbiaban las frustraciones de la felicidad. Todo se disolvía paulatinamente, sin reparo, sin esperanzas. De parte y parte, parecía inminente un último suspiro juntos.

Una voz turquesa parecía minimalizar la sucesión de lo acontecido. Quedaba enclavada en la memoria la sincronía de la oda fúnebre, abismal, embriagante el discurso del adiós. Presidía la nostalgia, enjaulaba el dolor, permeaba el destino frustrado, se avecinaba la inquisición, primaba la obscuridad. Ella argumentó una prisión de su espíritu, él sustento libertad. Lo cierto es que tal cosa habría llegado con el tiempo y ella no tenía deseos de conocer el encierro, pues se sentía impulsada por el mismo lema de singularidad de Hkiv-Él. A ella no parecía dolerle en gran medida la distancia que estaba anunciando; quizá por las repentinas concurrencias dentro de las mismas dimensiones que indudablemente juntos poseían. Lo inminente, era tomar distancia, sin la cual, habría proliferado jugosamente la pena sobre el corazón.


El eco retumbando hasta cada rincón creó el mar siniestro que adoptó su forma física. El llanto anegó la esperanza. Los viejos obsequios de los dioses, ya empolvados, carcomieron la ilusión. A la luz de la sombra anunciada, Hkiv vio la tortura prometida de Lubos. Sin salida, dio el grito que acabó con su aura, con su existencia.



La Agonía (1974) Luis Caballero. Museo Botero, Medellín.

Comentarios

  1. "Aura desvanecida" está inspirado de la pintura "La Agonía" de Luis Caballero, exhibida en el Museo Botero de Medellín y en fragmentos de la poesía de Luis Cernuda.
    Disfrutadlo y criticadlo.

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