Fe moribunda

Fe moribunda 

Los hechos:

  El medallón de una virgencita yace sobre el asfalto. Dudo en levantarlo. ¿Alguien lo ha dejado ahí a propósito? ¿Se le ha perdido a su dueño? Se le notan los días, tirado, en la calle; varios neumáticos le han pasado por encima; así como también mi fe ha sido arrebatada y, de vez en cuando, arrollada por circunstancias oscuras de mi vida. 

Recojo ese digen como símbolo del deseo de querer aferrarme a algo. Pienso inmediatamente por qué lo hago, ¿es coincidencia? 

Hay cosas en las que no creo: la idolatría, la hostia, las imágenes, la excomulgación, los santos, las iglesias, sus templos; los rituales, las ceremonias, las ofrendas. Creo en la comunión, en la compasión, en el amor, la benevolencia, en que el ser humano puede estar libre de pecado.

La reflexión:

 Dios sabe que estoy intentando ser más neutral. Me queda la duda de la lealtad y la consagración para no sufrir tanto, si algún día decido retirar mi fe.
La realidad no es otra, sino la cara que se muestra; porque lo que se oculta pertenece a otro paralelo sin dimensión. Las cosas guardadas se pudren en la falta de oxígeno y su oxidación se permea en la hedentina. No hay moral que explique los daños proyectados, no hay intuición que se asome a la ironía, no hay inequidad justificada, no hay lenguaje sin blasfemias, no hay lágrimas sin mocos, no hay piel sin grietas, no hay razones sin causas, no hay sufrimiento después de la muerte.
Tal vez, la fe es el espanto de las nubes negras sobre la desdicha humana que se regocija en placeres paradójicos. 

La poesía:

          Sé fingir amor, caprichos, fe y desosiego. 
           Sé fingir la calma de la lluvia y el silencio.
             Soy real conmigo mismo, no me desoriento.
              Amanezco vivo o, al menos, eso intento.
               No huyo, no corro, tengo pocos miedos.
                No advierto, no espero, no oro, no rezo.
                 Pienso, quiero, sueño y aborrezco.
                  Pienso en mí dentro del mundo, acompañado;
                   Soy yo solo más los demás aglomerados.
                    Contraigo acuerdos desterrados y abrumados,
                     Inicio los pasos de mi futuro apresurado.
                      Inicio el fin de los hechos calcinados.


Deambulo en la noche para evitar la sombra   
Y, voy libre sin vendas ridículas en los ojos:   
Existe el mal, pero no creo en el temor ajeno.     
Venires y devenires que gracias causan pocas       
Hagan de la duda un hecho menos,       
  Disipen las teorías sobre el infierno.         
 Sé de lo que dudo y sé en lo que creo           
Pero nada de lo que me incumbe lo considero cierto.            
Si la fe es creer, creer, de vez en cuando, es dudar.             
Si la fe me hace fuerte, también me vuelve vulnerable.              
Espada de doble filo,                
patraña, maraña que enreda la existencia del noble.                  
  

     ¡Quién me alienta mientras que dejo enfriar mi café!

¿La marioneta ensalsada de la vigía?



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