Muñequito negrito

Muñequito negrito



Me encontré un muñequito negro, bembón, grandulón; un muñequito negrito con piernas largas que sabían caminar. Meneaba siempre su cuerpo como si la vida fuera un danzar.
En cada cambio de hora lanzaba un discurso con la simetría de una copla, que en las noches repetía al compás de unas tamboras. Su voz tenía el eco de otros muñequitos negritos, que en la alegría del fin de la jornada continuaban su ritmo son parar.
Los muñequitos negritos vestían ropas de colores, pañoletas en la cabeza y sandalias de cuero: todo hecho a mano y con la insinuación de un carnaval. Una manilla en cada muñeca llevaba el nombre de algún ancestro. Por tradición recordaban, así, que antes alguien había llenado su lugar. Cada muñequito negrito les componía a sus antecesores una canción. Voz, maracas, palmas y baile para cuando se hubiera ocultado el sol. Varias plegarias por noche para que al día siguiente no los matara el calor.
El muñequito negrito, alegre, con su negrita de la mano esperaban la nueva generación. Contaban sus historias y se dejaban contar con tal de que la tristeza ya no tuviera lugar y; sin embargo, algo del pasado se conservara fresco en el conjunto de la memoria raizal.

El muñequito negrito pilaba el arroz, maceraba el maíz y horneaba el pescado en hojas de plátanos. Vivía en casita de mimbre y heces de ganado. Varado en el tiempo vive aún en armonía con los otros muñequitos, en medio de un derroche de felicidad en el corazón.


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