Cansancio y Derrota

Un día medio lejano me inventé una historia de sinperdones. Desde aquel momento hasta hoy, he sentido que el timón de mi barco no siempre gira de común acuerdo a mi voluntad. A veces las manos giran en retrospectiva, en contra, hacia ciertos recuerdos; aunque la marea no pierda su rumbo y la distancia no se agote. La marcha de un causal que me aferra a mi caudal, en el que cada grado sugiere diferencias inimaginables. A estribor, las decisiones no perdonan los errores.

El día en que empezó todo no nacieron preocupaciones, ni consolaciones,  ni sentimientos de compasión. Pero la brecha entre solidaridad y obediencia se resolvió por un resumen rígido y cobarde de silencio y sumisión. Al principio, hubo abnegación más corazonadas de empatía en júbilo. Alguna duda nacida con el transcurrir del tiempo, trajo entre vapores un desconsuelo mínimo, que luego fue mordaz.

Aquella vez que compré un puñado de cordura sazonada con simpleza, no medí todos los impulsos de los otros personajes de mis historias. Y aunque tarde me di cuenta de que la paciencia poco dura, me convencí de que querer cambiar el mundo cuesta. Irremediablemente, transformaciones internas más complejas y constantes que lo que se logra en el exterior se apoderaron del día a día.

En la lejanía del horizonte recorrido, con la mirada regularmente hacia atrás, el colmo de mi pesar anunciaba siempre que todos los esfuerzos, valían poca cosa, que si las expectativas -aunque en algún punto se compartan- dimensionan imaginarios diferentes de los hechos que ya se han empezado a experimentar; de modo que el cansancio que aporta la derrota, también termina cobrando su parte. Y así sucedió. 

De un momento a otro, las cartas anónimas empiezan a tener contestación: noticias vienen, noticias van o para mí o para los demás. Resta, entonces, asimilar el hecho de tener que aceptar que si en la vida solo experimentáramos momentos mágicos, no conoceríamos el llanto de alegría. 

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