Sea dicho de ratones y conejos

Sea dicho de ratones y conejos


Existió una vez una camada de … cuyos integrantes yaciendo en la planicie para tomar el sol, olfateaban el rastro de … Me queda la incógnita de saber cuál era el verdadero origen de ese olor. Claro, el cerebro humano ya no sintetiza la información proveniente del ambiente de la forma en que esos animales sí tienen la dicha de hacerlo. Pero bueno, resulta que sintieron un poco de mareo, se obsesionaron con cerrar los ojos y quedaron inconscientes. El viento los arrastró. Levitaron, cargaron consigo los deseos y los volvieron a ocultar. Cuando despertaron no hubo viento. Seguían en las mismas posiciones incómodas, más algunos habían comido tierra y ahora hacían especulaciones. Miradas de escrúpulo, la pena misma avergonzaba y los pelos empalidecían sin poder ocultarse.

Los bigotes se empecinaban en querer encontrar algo. “¡En marcha!” y agudizaron los sentidos. Todo el cielo era una aurora boreal y desde el infinito se escuchaba la cascada fluorescente sin color. Sus patas daban pasos cortos, dominaban la corteza. Cada pisotón provocaba estruendos y la mirada entre sí causaba ilusiones de luz incandescente.  Y  las nubes entre sus largos dedos evitaban las huellas: la naturaleza se colocaba a favor de la incertidumbre del lugar de procedencia de estos seres. El viento en sus ojos produjo lluvias durante media década.

Cuando hay tormentas creo que ellos corren en algún lugar. Sin embargo, no es tan certero. Es posible que sí haya otros fenómenos que las causen.

La camada de animales armoniosamente mezclada (innumerables razas de una y otra especie) salió un día de mi cabeza y nunca más la volví a soñar. Muchos recuerdos ya no los puedo relatar aquí, pues se perdieron en la reminiscencia del olvido. Por aquella época en que los vi, me peinaba todavía. Siempre había tenido la firme sospecha de que se habían perdido en la cabeza enredada de mi hermano; pero él nunca me supo contestar por los animalitos de siluetas de plata sin plumas ni hangares.

Pero Mariana me contó su sueño de anoche. "Los ratones subieron a la nevera y royeron el queso. También vi conejos y éstos abrieron la nevera mientras los ratones no paraban allá arriba. Antes habían buscado en la alacena, pero allí no encontraron zanahorias; es que a mamá le gustan frías. Pero los conejos solo las mordían y luego las tiraban y, no sé porqué. Tal vez, no les gusten frías o no saben como de donde ellos vienen. En fin, creo que no se afanaban por la comida, porque luego los conejos vinieron a mi cuarto y los ratones fueron hasta el de Juancho. Y bueno, el resto tú ya lo sabes: que le trajeron una moneda a cambio de su diente y le prometieron un billetón para el otro diente que ya está flojo. No sé qué pasó después."

Fue intenso. Mientras ella me contaba pensé entonces, que mi camada hubiera podido saltar hasta el subconsciente de mi hermana y en algún retrato o sueño leve pasó hasta Mariana.

Hubiera deseado que me hubiera contado más detalles; quisiera saber si los ratones y los conejos vestían ropas o eran de colores siniguales. Solo me contó hechos y así, me dio la impresión de que su sueño estaba influenciado por la elocuencia de la narrativa silvestre en la que los ratones comen queso y los conejos zanahorias. Donde Ratón Pérez se lleva tu diente y los conejos simplemente se quedan en la cocina desperdiciando la comida de mamá.

¡Quién sabe! Quizás con el tiempo vuelva a oír de ellos y tal vez de la boca de alguien más.

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