SUEÑO

Sueño


Hace más de dos horas tuve la última comida del día. Tengo la pijama puesta, mi almohada me espera. Me meto a la cama esperando el reposo que necesito.
Mi calor es suficiente para sentirme complacido y aliviado en mi soledad. A nadie le doy las «buenas noches». Nadie cuida mi sueño. Transpiro mi calma, siento la respiración y mi peso sobre el hombro derecho, las rodillas que rozan, un talón tropieza constantemente los dedos del otro pie.
Soy todo yo en la atmósfera de mi penumbra mientras que el cansancio del día provoca la inconsciencia.
Ya en el sueño soy más poderoso: el elefante blanco de tres ojos que caga lotos y transforma lo maligno en benigno. El animal que se ríe bajo la lluvia fría y se complace con los astros en la inmensidad del cielo, así como la naturaleza en la bastedad de la tierra. El animal que siente placer aplastando cráneos y corazones podridos hasta que únicamente hay seres que irradian colores vivos de serenidad y armonía.
Un lago para reposar, refrescar la adrenalina, llenarse de energía y culminar su labor.
Un camino diferente cada vez. Uno en cada sueño, que nunca termina igual. Esta vez, hay un espejo al final, en cuyo reflejo parece despertar la agonía y nada de lo que hubo sucedido, parece haber estado bien.
Ahora la luz del día. Inhalo, exhalo, conscientemente. Sin nadie a quien dar los «buenos días» ha empezado la mañana, tal como había terminado la noche anterior. Me dispongo a disfrutar de mi espacio. Entre mis cuatro paredes, solamente estoy yo. Es mi aire envuelto de mis pensamientos. Es mi sombra sobre mi territorio.
El calor es frío. La reminiscencia del sueño cuando toco mis sienes, la expresión de la extrañeza, la calma del día y mi sola presencia.


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