Sangre por moral
Sangre por moral
Una señal: un déjà vu fragmentado,
en cuyo fondo se distinguen piezas de Wagner, mas la luz es oscura (oscura y no
tenue). Hay una repetición constante del peligro, mientras que las tripas
crujen por los nervios y la respiración sale y entra cortada. Un déjà vu que se
convertirá en experiencia.
Un paisaje: una azotea citadina de
un edificio bajo entre los límites de una ciudad y un bosque homónimos. Ruidos
fluyendo entre el aire semihúmedo, de las gentes, de la ciudad misma, del
eventual eco abrumador.
El contexto: el silencio cínico que
evita escándalos. En el silencio obligado, las creencias se transforman. Cuando
la moral se vuelca, aparece el deseo más puro de realizar una venganza
aliviadora. Al fin y al cabo, humanos; así que, mientras que el pensamiento de
algunos repudia la crueldad, el de otros celebra el coraje de tener una moral
definidamente individual.
Causa posible: o el dolor o la injusticia del hombre.
Una imagen: sangre, un cuerpo con
signos de tortura, recientemente despedazado y; aves carroñeras sobrevolando el
cielo despejado. Cualquiera podría sospechar de la imagen porque no hay señales
de lluvia próxima. Sobre el cuerpo hay gusanos, que se habían bañado en
lágrimas, que no revelan ningún estado de descomposición, sino la intención de
dejar un mensaje.
Un espectador: morboso, congraciado,
ansioso y cómplice. No pretende advertir de lo que ve. Todo lo contrario:
aplaude la valentía del autor y ruega por su bienestar; esboza una sonrisa
nerviosa, controla las ganas de agradecer a Dios por el hecho, se enoja con su
sentido del juicio, piensa que todo mejorará. Desaparece tras de sus cortinas
para sentirse aliviado.
Un presentimiento: la intuición de
llegar a ser mal juzgado sumado el valor de tomar la justicia por sus propias
manos. De todas formas, el alivio, el presentimiento de que nada se repetirá.
El autor: un hombre de ojos
hinchados por el llanto inacabable de los días anteriores. No tuvo dudas. Quiso
convertirse en el criminal que hubiera elegido ser cualquier padre herido o
madre herida llenos de amor y, de repente, despojados de sus terruños.
Un instrumento: posiblemente las
manos, porque imprimen todo el poder del desprecio. ¿Una sierra? Un bate. Un
cuchillo. Primero que lo demás, llevaba puesta la fe. Necesariamente varios
instrumentos. También la mente planeadora de cada detalle.
Una expresión: el tic nervioso
incontrolable y delatador, opacado, sin embargo, por el presentimiento
suscitado: todo nerviosismo se desvanece en la satisfacción del hecho.
Una oración por el cuerpo que
seguramente sufrió los horrores de la muerte: Gracias, Señor, por haberme
llenado del valor necesario para aliviar mi pena. Perdóname porque para sentir
ese alivio, hice padecer este cuerpo. Pero perdóname también porque no me
arrepiento de lo que hice. Se merecía lamentar el dolor de sus víctimas y,
sobre todo, el de mi criatura. Si descansan en paz estos trozos de cuerpo
maldito, entonces qué venga la muerte por mí. Antes que su descanso, quiero que
aún en la muerte recuerde la desesperación de la vida desvaneciéndose. Ayúdame,
Señor, a que mi desdicha se esparza, para que nadie piense en herir a las almas
inocentes; de lo contrario, dame fuerzas, Padre, para ser el justiciero que
merecen. Desde hoy, dudo que llegue a sentirme lleno de tu Espíritu Santo. Pero
dame fuerzas para seguir sin lamentar este asesinato. Amén.
Un antecedente: una historia no
contada sobre las hazañas malditas de la actual víctima: mezcla de repudio,
tristeza, asco, rabia, pesadillas, perdones negados, humillaciones,
resentimiento, negación, inmoralidad, crímenes asquerosos.
El remedio: la calma que subyace en
el llanto sin el más mínimo síntoma de arrepentimiento ni autoflagelación.
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