LÁGRIMAS DE RECONCILIACIÓN Y PERDÓN

Hoy hubiera querido escribir sobre mi visita a la Expoartesanías en Corferias durante su último fin de semana. Sin embargo, hubo algo más crucial que me motivó a escribir con gran entusiasmo.
Después de discutir sobre cual película ver y, después de una opinión tajante sobre lo aburrido de espectar un film que reflejara la crueldad supuestamente mal contada acerca de la historia nazi, ya estabamos un tanto de acuerdo mi amiga y yo con ver El Laberinto del Silencio (Im Labyrinth des Schweigens). Mi opinión al respecto también fue ilustrativa; pues al no ser una película dirigida por algún afamado director norteamericano, habría hechos mucho más ligados a la verdad que a la ficción sangrienta de producciones alusivas a semejante tema.

La historia se cuenta con la pasión que le genera a Herr Radmann el compromiso de un caso que no le es ajeno en lo absoluto, pero al cual le niega su lazo personal hasta cierto punto. Descubrir que también su padre fue nazi, lo despoja de ilusiones e idolatrías a la figura paterna ausente. En las cuestiones centrales, sin embargo, se cuenta sobre una época en la que la nueva Alemania estaba rodeada de enemigos. Johann quiere adelantar un proceso contra la nación que él mismo no conocía. Tampoco sabían al respecto las personas de su generación. Por tanto, se desdibujan las abnegaciones que perjudicaban la memoria común de los europeos sobrevivientes a la segunda guerra mundial.
El coraje que de repente empiezan a mostrar los personajes es el mismo coraje que las generaciones sucesoras constituyeron para emanciparse. Reconciliación y perdón llorados por la conciencia de cada individuo. Una historia escrita con sangre, amargura, horror, etc., se resolvió en gran medida en el Proceso de Auschwitz en Francfort del Meno. 

Johann Radmann no podía darse el lujo de perderse en el laberinto de silencio obligado de las víctimas. Entonces, cada jugada se convirtió en una hazaña de múltiples caminos interrogados. Victimarios y dolidos sentados, por fin, en una sala de audiencias daban fe de las destrucciones diabólicas.

Las evidencias, que en los campos de concentración fueron registradas minuciosamente, sirvieron para atestiguar los delitos. Cada uno de los presuntos criminales levantaba la mirada; sin decir nada admitían los hechos de la crueldad. Mientras unos callaban y observaban; otros querían acusar. Pero se trata de las víctimas y sus historias más no de las condenas que se debían pagar.
Hasta entonces, los otros implicados, "los perseguidos", habían callado por alguna razón poderosa. Intuyo que los bonitos recuerdos hacía los familiares perdidos aferran al uno y al otro a una realidad vieja, a un olvido sin perdón que permite vivir con el sufrimiento intacto.

A mi lado, en la sala de cine, mi amiga lloraba -creería yo- con la compasión de la tragedia que bien conoce. Quizá no es fortuito pensar sobre "lo malvados" que se mostraron los alemanes durante las épocas de ocupación y guerra. Pero ¿quién ha pensado que también muchos de ellos sufrieron? Algunos descorazonados ocultaron sus intenciones detrás del pretexto de una orden de sus superiores actuando así por voluntad propia. De todas formas, a muchos otros se les obligó. Cualquiera que fuera el caso, semejante historia nos recuerda la importancia de vivir en armonía con nuestros semejantes. De hecho, ahí está el dilema: tolerar o fracasar en la reconciliación. No nos dejemos perturbar por las diferencias que posiblemente no nos agradan, ya que reconocer nuestra pluralidad nos hace más fuertes sin desmeritar o sobrevalorar. Como bien sabemos, aquí tenemos un ejemplo para no repetir los hechos del pasado y mirar hacia adelante con optimismo, en compañía, resueltos...

Como humanos imperfectos nos queda asumir cada error como crecimiento. Así, hay que actuar en cordialidad y; de vez en cuando, unas cuantas lágrimas serán el reflejo de la reconciliación honesta y personal de la historia medio lejana o cercana que nos tocó vivir.  

Bien sabido es.

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